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Pinceladas de arte

Sobre la reciente exposición ART BASEL 2025 (19.06.–22.06.25) por Nora Pérez Herrera, redactora invitada en PuntoLatino.

El alma es la parte más íntima del ser humano: la que siente, ama, sufre y tiene conciencia. Es el ego, el deseo, la pasión y el impulso que necesitan expandirse y trascender el cuerpo. El espíritu, en cambio, es la dimensión más elevada, aquella que conecta con Dios. Es el aliento divino y puro.

Y es el alma o el espíritu de una persona lo que se expresa en el arte. Es lo profundamente humano o lo que nos vincula con lo divino. Quien crea arte revela su esencia terrenal o su fibra más elevada.

El arte es la expresión del alma, y también es lenguaje. Es un canal espiritual para ir más allá del cuerpo, para conectarse con lo sagrado. El arte vive en quien lo crea, pero también en quien lo contempla.

Es el medio para manifestar lo que no puede decirse con palabras; una forma de expresar emociones, pensamientos, conflictos, sueños y visiones. Es un desahogo. “No pinto lo que veo, sino lo que siento”, dijo Pablo Picasso.

El artista no solo busca expresarse, sino también conmover al otro, provocar una respuesta, entablar un diálogo, abrir los ojos a una realidad —la suya, u otra distinta—. Puede buscar belleza o sentido, perseguir el placer y el gozo de crear algo armonioso, tanto para sí mismo como para quien lo observa. También puede intentar sanar traumas, elaborar duelos, atravesar crisis, denunciar injusticias o trascender.

 

Art Basel 2025

Y aquí estoy, tratando de alimentar y expandir mi alma con arte, de “sacudirme el polvo de lo cotidiano”, de abstraerme, aunque sea por un fin de semana, del horror de los conflictos armados que hoy conmueven al mundo y de sus nefastas secuelas para las víctimas. ¿Y qué mejor lugar para hacerlo que la feria de arte más importante del planeta? La Feria de Arte de Basilea: Art Basel 2025.

Apenas llegué, me encontré con una figura de tamaño humano hecha de tela, con una cara impresa, colgando de un árbol en la entrada del Hall 1. El jefe de seguridad y un empleado trataban afanosamente de cortar la cuerda que lo sostenía, aclarando a los curiosos —entre los que me encontraba— que eso no formaba parte de la exposición y que quien lo hizo no había sido autorizado.

Muchos de los presentes pensamos que se trataba de una protesta, y que el rostro del muñeco representaba a algún político. Parecía vagamente Netanyahu… La carta que lo acompañaba fue rápidamente escondida por el personal de seguridad.

 

La banana de Maurizio

Al día siguiente, tomé por error una calle distinta y terminé sin querer en una pequeña galería donde varios jóvenes tomaban cerveza y charlaban de Dios y del Mundo. A través de la vidriera vi varias figuras similares a la que habían “ahorcado” frente al Hall 1, y decidí entrar a preguntar.

Les mostré el video y las fotos que había tomado. Me dijeron que se trataba de una obra de Maurizio Cattelan —sí, el mismo de la banana pegada con cinta de embalar que se subastó hace dos años por 120.000 dólares, y que recientemente volvió a venderse por 6,2 millones.

Esa pieza, la banana, titulada “Comedian”, logró, según me dijeron, su objetivo: provocar y desafiar el concepto tradicional de arte, bajo la premisa de que la idea detrás de la obra es más importante que el objeto físico en sí mismo.

Y ahí estaba otra vez Cattelan este año, provocando, “autoahorcándose” simbólicamente frente a la feria de arte más grande del mundo, donde se comercializan obras por cifras millonarias. Cuestionando al mercado que convierte el arte en un bien de lujo para ricos y coleccionistas, donde muchas piezas parecen seleccionadas más por su valor económico que por su innovación o calidad artística.

Para muestra, basta un botón: Una obra de David Hockney fue vendida aquí por 17 millones de dólares.

 

¿Y qué vi?

Una creatividad sin límites. Disrupciones de color y forma explotando en el aire como imágenes de sueños surrealistas, como si el artista hubiera entrado en una mente durante la fase REM y la hubiera retratado o esculpido.

Vi lo que da miedo y lo que provoca risa, lo que conmueve con ternura y lo que espanta por lo grotesco. Estructuras gigantescas que desbordan los límites de las salas, y miniaturas que exigen una lupa para ser apreciadas. Discordancia y armonía.

Mujeres con blusas estampadas. Niños bien educados y otros llorando de aburrimiento. Trajes de diseñador y jeans gastados.
Un toro mirando a una serpiente. Un hombre arrancado del caballo por dos ángeles. Una vela azul cielo corrompida por penes erectos. Un caracol de mármol gigante sobre una maraña de intestinos. Una rebanada de pan casero untada con clavos de zapatero oxidados. Una mezcladora de cemento a escala real tejida al crochet, con un cangrejo azul gigante en terciopelo oscuro. Nuestro planeta en forma de toroide, burlándose de los terraplanistas. Calzoncillos rotos y medias sucias colgadas con total impudor…

Y por supuesto, la monumental obra CHOIR, de Katharina Grosse —¿cómo no verla?—
Una instalación efímera, color helado de frutilla con crema, en plena Messeplatz, frente al Hall 2, bajo un cielo caluroso y diáfano de junio. Paredes, suelo, faroles, bancos… todo intervenido con la pistola pulverizadora de esta artista alemana, hoy reconocida en todo el mundo. Una obra que irrumpe en lo cotidiano y lo transforma en una realidad tan inesperada como bella.

 

El arte de horrorizar

Mientras todo esto ocurría, en menos de treinta minutos, Estados Unidos bombardeaba instalaciones nucleares en Irán en la noche del 21 al 22 de junio.

Catorce bombas «bunker-buster» cayeron sobre objetivos subterráneos cuidadosamente seleccionados.
Donald Trump afirmó que los sitios fueron «completa y totalmente obliterados», es decir: arrasados, anulados, borrados del mapa sin dejar rastro.

Tal vez, en algún futuro no tan lejano, alguien pinte otro Guernica. Otro grito congelado en lienzo. Otra forma de recordar que el horror también se expresa en el arte.

Basilea, junio 2025

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