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La vida con el acelerador metido a fondo
— Entrevista con el director Juan Camilo Olmos Ferris (Colombia), a propósito de su documental «Persiguiendo al dragón», por Ricardo Pinzón (UNIL) de PuntoLatino.
Encontramos al joven realizador colombiano Juan Camilo Olmos Ferris en una sala del Teatro de Grütli sede del festival Black Movie entre el 15 y el 24 de enero.
Juan Camilo, con la espontaneidad y la cadencia característica de los acentos del Caribe Colombiano y la pinta típica de un joven fotógrafo: jeans púrpura, zapatillas deportivas y chaqueta deportiva con capucha, nos habló brevemente de su película documental «Persiguiendo al Dragón» que cuenta la historia de Gustavo, un vendedor de drogas sexagenario que vive en el barrio colonial de Getsemaní en Cartagena, Colombia.
P.L Háblanos un poco de ti Juan Camilo
J.C. Tengo 31 años, estudie cine en Francia. Llevo ya 8 años trabajando en el cine. Ahora mismo vivo en Barranquilla, trabajando como fotógrafo, en documentales y ficciones. Esta es mi primera película como realizador.
P.L ¿Y el título?
J.C. Durante el rodaje de la película, me enteré por medio de Gustavo, que «Persiguiendo al Dragón», es una frase que usan los fumadores de crack. Pues solo la buena «copiada» de crack es la primera y luego siempre buscan la sensación de esa primera vez. Me pareció interesante esa idea de perseguir algo sin lograr alcanzarlo, engañándose para tratar de volver a encontrar ese estado idílico inalcanzable.
P.L ¿Y la traducción del título al inglés?
J.C Me gustó esa idea de «Chasing after the Wind». Que viene de un pasaje bíblico y teniendo en cuenta que la religión es muy importante para Gustavo, me pareció apropiado, así el trasfondo, que viene a ser el mismo del título en español, es el mismo: ir detrás del viento, de algo inalcanzable.
P.L ¿Como abordas el cine documental?
J.C Esta es mi primera película. Y realmente no tenía claro lo que quería hacer pero si lo que no quería hacer. Y poco a poco la película me fue encontrando a mi. Filmé a Gustavo durante 8 meses. Decidí perderme, no controlar, dejar que las cosas se fueran dando. Sin guión. Sin ataduras. Me encantó este proceso de trabajo. Aunque fue muy sufrido, también fue muy gratificante.
Es un trabajo de observación, de contemplación y a partir del dialogo que se dio con los espacios y el personaje aparecieron los posibles escenarios que se daban en la película. Fue un proceso de aprendizaje increíble.
P.L ¿Qué esperas de una audiencia extranjera que no conoce Getsemaní, el lugar donde se desarrolla la película?
J.C. Siento que es una película que está contada desde la intimidad del personaje que vive en Getsemaní. Pero para mi lo más importante es él, el personaje y no forzosamente el lugar, aunque él hace parte de ese espacio.
Es un retrato, como una pintura, una fotografía. Y si hay algo interesante, presente y vivo le puede llegar a cualquier persona de cualquier parte. Creo que eso es universal.
P.L Háblanos, por favor, de tu relación con Gustavo.
J.C. Mira que Getsemaní hace 10 años era otra cosa. Era impenetrable, allí no entraba ni la policía. No quiero ponerlo a Gustavo en un pedestal, pero es de resaltar que a pesar de ese universo precario que lo rodea, él ha logrado convertirse en un filosofo de la calle, una de estas persona que ha creado su propio universo con sus propias leyes, con sus propias reflexiones. Él es una persona que a pesar de su universo precario y no tener una educación formal, se ha cuestionado todo y encuentro eso muy valioso a pesar del lado oscuro que él tiene, que en últimas todos tenemos. Este fue uno de los grandes factores que me llevó a querer hacer esta película. Ver este personaje que se aleja del común de la gente, en ese medio donde el drogadicto está relacionado con la marginalidad absoluta. Pero él no. Yo no sabía que él consumía crack sino hasta que comencé la película. Él se ve siempre impecable, vivo. La gente le dice el «príncipe de Getsemaní». Al mismo tiempo él es un hedonista completo. Viva la vida con el acelerador metido a fondo. El sigue viviendo en una tómbola de drogas, fiesta, mujeres, prostitutas. Nadie se da cuenta del grado de toxicomanía que él tiene. No se detiene. Es una maquina de consumo. Ese tipo de contradicciones me llaman mucho la atención.
Esto fue difícil para mi, no juzgar la vida de este personaje. Y esto me planteó muchas dudas, al ver él como se habría a mi. No me interesaba hacer una apología a un «jibaro» (como se le llaman a los vendedores de droga en Colombia), un drogadicto. No quería hacer una película «cool». Pero tampoco es una denuncia. Poco a poco fui digiriendo eso y pues se fue armando el retrato humano de un personaje. Y en últimas es mi mirada, no trato de hacer algo objetivo. Pus también yo me vi reflejado en él. Esa es uno de las cosas mas fuertes del proceso. Viendo el personaje como un espejo. Cómo sus cosas oscuras rebotaban en mis cosas oscuras. Creo que es un proceso para entender la condición humana.
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