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El cóndor pasa
— Una historia de amor en el corazón del altiplano boliviano. Sobre «Utama» de Alejandro Loayza Grisi, por Brigitte Siegrist de Trigon-Film. Traducido del alemán por PuntoLatino.
Virginio y Sisa, una pareja de ancianos quechuas, viven en el altiplano andino de Bolivia. Mientras la sequía hace estragos, Virginio cae enfermo y, sabiendo que su muerte es inminente, pasa sus últimos días ocultando su enfermedad a Sisa. La llegada de Clever, su nieto, de visita y con noticias, cambia todo eso. Los tres afrontan la sequía y los trastornos de la vida a su manera.
«El tiempo se ha cansado», es decir, «el tiempo se ha agotado», dice el título de Utama, y enseguida sentimos curiosidad por saber qué significa. Los títulos de crédito nos dan una primera pista: Virginio, un viejo campesino con una camiseta de Total, camina por una inmensa llanura, el sol se cuela entre las cumbres de los Andes, las nubes están bajas como pesados párpados, notas vibrantes de zampoñas llenan el aire.
En el principio fue el amor y resiste hasta el final. Mientras tanto, Virginio y Sisa han vivido una larga vida en el altiplano boliviano, a más de 3.600 metros de altitud. Han envejecido, pero siguen dedicando sus días a satisfacer las necesidades vitales: la palabra «jubilación» probablemente no existe en la lengua quechua. Tienen que pastorear el rebaño de llamas, cuidar las plantaciones y atender el modesto hogar. Sin embargo, Virginio y Sisa parecen felices con su vida cotidiana y su existencia aislada. Su casa está situada en el borde de la sierra, apenas visible en la inmensidad que la rodea, como si estuviera protegida por el cielo: un techo celestial abierto y benévolo que recuerda la armonía de la creación. La mirada de Virginio se dirige a las alturas, buscando una señal del cóndor. En la cosmovisión andina, es el mensajero que une la tierra y el cielo. ¿Cuándo llegará la lluvia?
El cóndor andino
El cóndor andino es el ave que vuela más alto en la región. Es capaz de elevar al cielo las oraciones de los hombres y llevar al cielo las almas de los muertos. Intermediario entre la vida y la muerte, es el símbolo del ciclo de la vida en el Altiplano, pues de su universo procede el agua que da vida a la llanura. A veces Virginio la vislumbra brevemente con el rabillo del ojo, mientras se tambalea por el horizonte con sus llamas. Si se observa con detenimiento, el idilio de Virginio y Sisa revela grietas, grietas muy reales. La tierra seca se resquebraja, un mosaico agrieta la meseta, las llamas están agotadas, el pozo de la aldea cruje con voz ronca y Sisa se ve obligada a caminar un largo trecho hasta el río para buscar la poca agua que necesita. No está sola. De todas las casas de los alrededores, las mujeres acuden a esta última fuente, la única que queda.
El niño y el clima
Como consecuencia del fenómeno meteorológico de El Niño, el Altiplano, que es muy sensible al clima, sufrió una sequía especialmente dramática en 2016. No sólo puso de manifiesto los efectos devastadores del calentamiento global, sino que también fue una seria advertencia para un gobierno que había descuidado culpablemente la gestión del agua, tanto en lo que respecta a las infraestructuras como al suministro. Ese año, cuando las autoridades se vieron obligadas a declarar el estado de emergencia, las precipitaciones sólo alcanzaron el 10% de la media. Puede que haya sido un pico, pero forma parte de una evolución lenta, con diferentes causas y consecuencias inmediatas para la vida de los pequeños agricultores, por ejemplo cuando mueren rebaños enteros de alpacas.
Mientras seguimos discutiendo sobre el cambio climático, los pueblos indígenas de todo el mundo ya están luchando por sobrevivir. Su modo de vida original, cercano a la naturaleza, está fundamentalmente amenazado por formas de vida más modernas, y cada vez más personas emigran a las ciudades. Además, el cambio climático está asestando un golpe mortal a culturas enteras. Este drama está ocurriendo en todas partes. Basta con pensar en la película Aga, en la que Milko Lazarov entierra simbólicamente a la última pareja Evenk de Yakutia, en los desiertos helados de Siberia. O La estación del caballo, de Ning Cai, en la que la vida cotidiana de los nómadas de Mongolia Interior se ve socavada y una familia se ve obligada a huir.
El Western del fin del mundo
Desde 2015, Alejandro Loayza Grisi recorre Bolivia con su hermano Santiago y su padre Marcos (director de El corazón de Jesús, 2004). Junto con su productora Alma Films, realizaron Planeta Bolivia, una serie de cinco documentales que muestran las consecuencias del calentamiento global. Descubrir la diversidad y la riqueza de Bolivia impresionó tanto a Alejandro Loayza Grisi como tomar conciencia de la amenaza de desaparición que pesa sobre toda una parte de la cultura de su país. Por eso no concibió su película como un vulgar panfleto, sino como un western apocalíptico de imperecedera belleza, que toca el corazón de la actualidad.
En esta región fronteriza, cerca del desierto de sal de Uyuni, los duelos internos y externos de Virginio y Sisa se ven pronto alimentados por un recién llegado a la formación, con la modernidad en el bolsillo y nuevas ideas en la cabeza. El paisaje es inmenso y abrumador, los personajes humanos y atractivos. Un hombre, una mujer, un pueblo, un cóndor, llamas. Y entonces llega el nieto Clever y lo pone todo en cuestión. Ha venido a entregar un mensaje, pero las preocupaciones de sus abuelos son lo primero. La falta de agua hace que su vida diaria sea agotadora, pero Clever también se da cuenta, cuando va a cuidar las llamas con su abuelo, de que está enfermo. No sólo lo niega con vehemencia, sino que se lo oculta a Sisa. Y el cóndor planea en el cielo.
Tradición y modernidad
El anciano trata de interpretar el lenguaje del pájaro y le reprocha a su nieto que ya no sabe leer los signos de la naturaleza, además que tiene que hablarle en español, porque Clever ni siquiera entiende el quechua, lo cual es una pena. Para él, los signos son evidentes, no hay necesidad de interpretaciones místicas: la pareja debe recoger sus pertenencias y reunirse con la familia en el pueblo, donde Virginio puede ser examinado y tratado. «¿Pero qué pueden hacer allí?», se pregunta el abuelo, «ir a pedir limosna a la calle? Ambos se aferran a sus argumentos: tradición frente a modernidad, conocimiento primitivo frente a ciencia. Esta oposición aparentemente inmutable acaba dando la razón a ambos.
Trabajar con Bárbara Álvarez, la renombrada directora de fotografía uruguayo-argentina, fue un regalo del cielo para Alejandro Loayza Grisi. Como fotógrafo experimentado, tenía una idea clara de cómo debían relacionarse el espacio y el paisaje con los personajes. Para inspirar a su compañera, le proporcionó fotografías que ella transpuso con sensibilidad a la película. Sus imágenes tienen a menudo el aliento solitario de Sergio Leone. Unen los espacios interiores y exteriores. A veces se centran en los ojos, como los primeros planos de los spaghetti westerns. Cada plano está compuesto, como una fotografía, y cuenta una pequeña historia que se suma a la grande. En la banda sonora, la pesada respiración de Virginio domina y se clava en los oídos, como los disparos de los westerns. Y la tierra parece quedarse sin aire.
En la vida y en la película
La elección de rodar con actores no profesionales también supuso la reducción del equipo técnico y de la mano de obra. El hecho de que esta historia realista esté rodada en un jubiloso Cinemascope es un testimonio de la habilidad del equipo de rodaje y demuestra una vez más lo milagrosas que pueden ser las cosas, especialmente con las pequeñas producciones. La pareja quechua, que seguramente nunca pensó que aparecería en una película, es también un importante factor de éxito. José Calcina y Luisa Quispe son una pareja real y llevan la película con su calma y autenticidad. No se puede imaginar un mejor reparto en un paisaje así. Han ensayado todos los diálogos y expresiones, pero es precisamente en las escenas en las que se comunican en silencio, con miradas, gestos y simplemente estando presentes, donde expresan más fuerza. Después de tantos años, su amor ya no necesita palabras, está ahí. O como dijo una vez un personaje de una película de otro tipo: se conoce el amor cuando se puede guardar silencio juntos sin ponerse nerviosos. Puede que su tiempo se haya agotado, pero un nuevo ciclo ha comenzado. El cóndor ha pasado.