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La vida no es poca cosa para nosotros
— Entrevista a Tiziano Cruz (Argentina), director de «Soliloquy˚, Zürcher Theater Spektakel, 2022. Por Anna Froelicher.
— Tu nueva obra «Soliloquy» forma parte de una trilogía familiar. La primera pieza trataba sobre tu padre, la segunda sobre tu madre y la tercera pieza tratará de tus hermanos. ¿Qué te hizo decidir integrar a tu familia en tu arte?
Yo tenía una hermana, murió a los 18 años por negligencia médica, en el año 2015, en un hospital público en la provincia donde nací, en el norte de Argentina. La hicieron agonizar y la dejaron morir. Mi padre encabezó ese mismo año la primera marcha del colectivo feminista #niunamenos. Mi papá jamás había salido a la calle a marchar, pero ese día sin comprender el movimiento feminista histórico que se estaba dando en Argentina, salió a la calle a pedirle al mundo justicia. Yo no podía hacer como que nada pasaba, comprendí que si nosotros (mis padres y mis hermanos) caíamos por algún motivo en el sistema de salud, nos iban a dejar morir. También comprendí que ello tenía que ver con la escala social a la que pertenecemos, siendo pobres, de rasgos indígenas, hablamos con acento. Hice mi primera obra para salvarnos, literalmente, a mi familia y a mi, para que la gente nos reconozca y no nos deje morir tan fácil, porque alguien me reconocería y diría “es el papá, es la mamá, es el hermano de Tiziano, no podemos dejarlos morir”. También comprendí que aquello no solo pasó con mi hermana, pasaba y pasa actualmente con cientos de niñas, mujeres y hombres que son como nosotros: pobres, descendientes de pueblos originarios, un error del sistema. Por ello he decidido transar o venderme al mercado del arte, porque estando solo ahí, podría no solo salvarme a mí, sino también a toda una comunidad. Me es inevitable no mencionar que hay comunidades originarias que ya no están, y las que quedan están (estamos) luchando para permanecer.
La entrevista con Tiziano Cruz explora la cuestión de por qué todos son iguales, pero algunos son un poco más iguales | Foto: © Diego Astarita
— «Soliloquy» también habla de invisibilidad. Cuenta una historia muy específica y regional desde el punto de vista de un artista indígena que ha llegado a la capital y de repente se convierte en un emigrante en su propio país. ¿Qué significa para ti la visibilidad?
A mi me gusta decir que no importa el lugar que mi comunidad llegue a ocupar, siempre hay y habrá quienes cuestionen ese lugar de “visibilidad” que ocupemos, por ende también hay y habrá quienes nos quieran arrebatar esos lugares, este arrebato puede ser consciente o inconsciente, pero arrebato al fin. Vivir en una sociedad que anhela ser una nación blanca, consecuentemente genera una invisibilización y un proyecto de caza de nuestros cuerpos “no normales” o por fuera de la lógica del deseo hegemónico.
— ¿Dónde te ves a ti mismo y a tu cuerpo en el mundo del arte? ¿Qué ha cambiado para ti desde que llegaste a Buenos Aires y a la escena artística de allí?
— Siempre ví mi cuerpo como una contradicción en sí misma. Hay una lucha en mi cuerpo pero a la vez decido convertirlo en una mercancía para saciar los estómagos hambrientos del capitalismo. Mi cuerpo ya cansado de todo, roto, violado una y otra vez, es el alimento del mercado, y todo esto parece ser que es la única forma que existe para mi, o para mi comunidad, para lograr sobrevivir, y digo sobrevivir, porque ésto no es vivir. Nosotros no vivimos, sobrevivimos.
En los últimos años en Buenos Aires, el concepto de “progresismo” se ha instalado muy rápido, entonces está bien hablar de minorías, disidencias, alternativas y demás, categoría en las cuales siempre nos ponen a nosotros. La cuestión no es que si ésto esté bien o esté mal, sino que hay una centralidad, una hegemonía que dice como se debe hablar, como se debe mostrar y que se debe hablar de aquellas “minorías”. Todo esto también pasa en la escena artística en la capital, y luego eso tiñe toda la escena nacional. Siempre se habla de nosotros, pero no siempre nosotros tenemos la posibilidad de contar nuestra historia.
Durante más de una década me he dedicado a hacer obras de arte, transando con el mercado como ya he mencionado anteriormente, recién ahora que tengo algún tipo de legitimación puedo hablar y enunciar de donde realmente vengo, por cierto soy de un pueblo llamado San Francisco ubicado en el departamento de Valle Grande de la provincia de Jujuy, pero siempre negué de donde era, porque nos han hecho creer que no está bien ser descendiente de pueblos originarios, ser de un color de piel determinada, entonces siempre dije que era de un lugar más al centro. Recién hace unos años y sobre todo en esta obra “Soliloquio” puedo hablar de quien soy, puedo hablar y cuestionar el mundo en que me ha tocado vivir, puedo recien ahora hablar de la memoria colectiva de aquellos pueblos perdidos y olvidados en el norte de Argentina, puedo hablar de esas madres, de mi madre, que han preferido en un momento particular de la historia ahogar a sus hijos antes de verlos esclavos de los colonizadores.
No estaría bien decir que la escena artística en Buenos Aires no ha cambiado todos estos años, ha cambiado, seguro que sí. Porque los contextos son otros, nosotros no somos lo mismos. Pero muchas veces sí creo que hay manifestaciones o acontecimientos artísticos que esconden hegemonía. La hegemonía artística ha sabido muy bien cómo camuflarse en lo alternativo o disidente, porque fueron ellos los que la crearon.
— En tu obra hablas repetidamente de la aporofobia, es decir, del miedo de la clase alta y privilegiada a la confrontación con la clase baja. ¿Dónde se manifiesta esto para ti en tu relación con el arte y su estética?
La aporofobia es el miedo a los pobres. Mi familia es pobre. Ser pobre en Argentina es estar por debajo de la escala salarial mínima, además de carecer de servicios que aunque sean públicos, no son para nosotros. Como la salud, la educación, la política. Y ni hablar del arte. La pobreza en Argentina muchas veces es parte del paisaje, la riqueza está concentrada en las capitales. Por eso confronto a este mundo que para mi ya está roto, pero siempre está el deseo de un mundo mejor. Por eso me fui de mi casa, por eso nos vamos, porque queremos una vida. Y eso no es poca cosa para nosotros. La pobreza, dirán que está en mi obra en la ausencia de grandes escenografías o grandes dispositivos escénicos, y diría que sí, porque siempre estamos creando con muy pocos recursos económicos, explotando al máximo la creatividad, y muchos buscan la forma de que la pobreza no se note. En mi caso es al revés: muestro la pobreza en mi dispositivo, muestro la clase pobre que represento, cuestiono la pobreza, me envandero de la pobreza para cuestionar el statu quo.
— Además de tu trabajo como artista e intérprete, también eres profesor, gestor y mediador cultural. La creación de la plataforma ULMUS, especializada en la mediación entre diferentes organizaciones culturales de Argentina y sus países vecinos, es uno de tus muchos proyectos. ¿Qué conecta tus campos de actividad?
— Casi al final de mi obra enuncio “éste camino es en solitario, sí, pero no significa que sea en soledad”, esta frase resume un poco mi vida. Durante la última década me he encontrado con personas e instituciones que tenían las mismas inquietudes, los mismos deseos, las mismas ganas, el deseo de un mundo otro. Entonces ya no estaba en solitario, pero tuve que salir al mundo a encontrarme con ellos. Así me crucé con dos amigas, Tatiana Valdez y Valeria Junquera con quienes creamos la plataforma ULMUS, con el objetivo de que otras personas se puedan encontrar y nosotros poder facilitar esos espacios. También me he cruzado con el Centro Cultural Recoleta acá en Buenos Aires, donde actualmente trabajo coordinando el área de atención al público, una área que es nexo entre la institución y el público. El Recoleta representa para el mundo del arte y la sociedad en su conjunto un espacio de legitimación, que mi cuerpo esté dentro de él, hace que muchas personas que viven al margen puedan pensar y creer que ellos también pueden estar ahí, y eso es fantástico. Porque los logros o los triunfos que yo pueda tener ya no son míos, son conquistas de comunidades enteras que reafirman que hay lugares que pueden y deben ocupar. Por eso pienso que soy un mediador, un puente entre aquello que se quiere borrar y quienes lo quieren borrar. Mi paso por el FIBA (Festival Internacional de Buenos Aires) es otro ejemplo, éste año fue su decimoquinta edición, y recién ahora pudo abrirme la puerta, una puerta que se abre no solo para mi, sino para cientos de artistas que la vienen remando en los márgenes estéticos y geográficos, que aunque no nos quieran ver, estamos y estaremos ahí.
— Para terminar quiero compartirte cuatro tesis/frases que me han venido a la mente en relación con tu trabajo. Me interesaría mucho conocer tu opinión sobre ellas.
1) ¿Lo privado es político y lo político es también sensual?
Cuando algo del orden de lo privado irrumpe en lo público, acontece un acto político.
2) ¿Los privilegiados saben escuchar? Los que gozan de privilegios claro que escuchan, pero deciden invisibilizar el murmullo de una clase inferior.
3) ¿Familia o Estado? El estado es cada uno de nosotros, y cada uno de nosotros en relación con otros, vamos conformando nuestras familias.
4) Hay un dicho: El/la que hace arte debe sufrir. ¿Verdadero o falso? Del sufrimiento viene la transformación, a veces está bien estar triste, estar mal, el mundo está roto. Como no sufrir, estamos condenados a sufrir. Pero hay quienes tienen más posibilidades que otros para transitar el dolor.
Credits
Texto: Anna Froelicher
Fotografìas: Diego Astarita
«Soliloquio» de Tiziano Cruz se estrenará en Europa en el Teatro Spektakel de Zúrich el 23 de agosto de 2022.
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