• Latin America in a fractured world: How can we fit in? How can we prepare for sustainable trade?

— Interview by Luis Vélez Serrano with Dr. Hector R. Torres in the round of interviews preceding the VII PuntoLatino Podium: «Multilateral approach to Latin American integration. Sustainable development» which will take place on 03/16/2023 at the University of Geneva.

Hector Torres  is a Senior Fellow at CIGI and former Managing Director of the International Monetary Fund (IMF). Prior to joining CIGI, Hector held a number of senior positions at the IMF and the World Trade Organization (WTO), including Legal Adviser in the Appellate Body Secretariat and in the Economic Research and Statistics Division. He was a trade consultant for the United Nations Environment Programme and a member of Argentina’s professional diplomatic service. Hector is a frequent panelist, consultant, and writer in the areas of international economic law and trade.

At the WTO, Hector was part of the Working Group on Financial Crises and was the Coordinator of Technical Cooperation for Latin America and the Caribbean. He is an expert on global governance reform, the Group of Twenty and the WTO Ministerial Meeting, as well as on promoting legal coherence in global policymaking.

 

Dear Mr. Luis Vélez Serrano: I thank you for the invitation to respond to three questions intended to stimulate discussions on the topic:  Multilateral approach to Latin American integration. Sustainable development

—How do you see the future of trade integration in Latin America and the Caribbean in the current context?

— I see it as increasingly difficult, but increasingly necessary. Why?

The uncertainty created by geopolitical tensions affects all countries in the region.

Trump’s arrival at the White House put steroids on the problems that had been accumulating in the system of multilateral rules administered by the World Trade Organization.

While hard trade data do not yet indicate that globalization is in crisis, there are growing political indications that we are heading towards an international landscape fractured into preferential trade zones.

The US, and progressively all other G7 governments, are seeking  to ensure the “resilience” of value chains  by drawing up lists of “strategic” products that need to be produced with local supplies, or failing that, from “friendly” countries.

Estamos en una transición. De un sistema de comercio edificado sobre la cláusula de la nación más favorecida, vamos hacia un sistema construido sobre un friend-shoring difuso, y que tiene más de “shoring” que de “friendship”.

Ese mundo va a afectar a todos los países de nuestra región, aunque de manera muy diferente.

Mientras algunos países ya están claramente insertados en uno de los bloques de “friends” (México, los países de América Central y de algunos países del Caribe). Otros (Mercosur) no tienen acuerdos (vigentes) con ninguno de los “hubs” comerciales que se van perfilando alrededor de los principales mercados de consumo: USA, China, la UE y Asean & Japón (la inserción comercial de India es todavía un enigma).

En todo caso, a todos los países de la región nos conviene poder mantener relaciones comerciales y de inversión con todos los bloques. Pero en un mundo fracturado eso puede ser difícil. Integrados estaríamos en mejores condiciones de evitar ser forzados a optar entre “hubs” crecientemente hostiles.

 

— ¿Cuáles son los roles principales del enfoque multilateral para impulsar la coordinación de los vínculos comerciales con otros bloques económicos?

— A principios de siglo, creímos que el fracaso de las economías centralmente planificadas había demostrado que el mercado asignaba los factores de la producción mejor que los gobiernos. Aunque con matices y excepciones sectoriales importantes (la agricultura el más emblemático), las principales economías del mundo pregonaban que lo mejor que podían hacer los gobiernos era “dejar hacer” a los mercados. Los gobiernos tenían que limitarse a garantizar un sistema judicial efectivo que asegurara el cumplimiento de los contratos y un banco central independiente que moderara los ciclos económicos.

Así, en el 2001, cuando finalmente China logró acceder a la Organización Mundial de Comercio, esperábamos que se transformara en una economía de mercado. Los más optimistas pronosticaban incluso su democratización. Pensaban que aumentar las opciones de consumo de los ciudadanos chinos, haría que estos quisieran también contar con una oferta política variada. Un consumidor libre termina exigiendo ser un ciudadano libre, creían.

Y todos (en esto me incluyo) creíamos que la globalización consolidaría la paz internacional. El comercio internacional y la interconexión de los mercados financieros generaría “rehenes mutuos”. Los conflictos armados serían localizados y marginales porque la interdependencia económica haría demasiado costosa cualquier aventura bélica de mayor alcance.

Nos equivocamos, todos. Beijing adoptó el capitalismo, pero en una variante centralmente planificada (mis excusas por el oxímoron). Su acceso a la OMC le permitió un aceleradísimo crecimiento económico. En dos décadas China pasó a ser el principal exportador y la segunda economía mundial (o la primera si el producto se calcula en términos de paridad de poder de compra).

Pero en la versión china de capitalismo, el partido comunista tiene representantes en los directorios de todas las principales empresas y la presencia del estado en la economía es tan ubicua que es prácticamente imposible diferenciar objetivos comerciales de objetivos políticos. Esto genera tensiones en la OMC ya que sus reglas fueron diseñadas para un mundo en el que el comercio internacional era mayormente un negocio entre privados con intereses estrictamente comerciales.

Mientras tanto, desde Washington, el FMI celebraba la innovación financiera de Wall Street (IMF, 2011). Los productos estructurados diversificaban (léase ocultaban) el riesgo, ampliando las fronteras de la inversión y permitiendo el endeudamiento de familias de modestos recursos. La crisis iniciada en Nueva York en el 2008 desnudó las consecuencias que podía tener “dejar hacer” a los mercados.

Los gobiernos más liberales tuvieron que endeudarse para absorber pasivos privados, y hasta los bancos centrales más “independientes” tuvieron que acompañar ese rescate fiscal con emisión de dinero que usaron para comprar los títulos de deuda que emitían sus propios gobiernos. La socialización del riesgo generado por el “laisser faire” sembró dudas sobre la base de legitimidad de un sistema en el que coexisten beneficios privados con riesgos públicos.

China salió casi indemne de la crisis. Mantuvo su aceleradísimo crecimiento económico (del 14,2% en el 2007 el crecimiento “cayó” al 9,7 y 9,5 % en los dos años siguientes). Los ciudadanos chinos no mejoraron su libertad política, pero si sus oportunidades de ascenso social; algo cada vez más difícil de lograr en las economías genuinamente de mercado.

La llegada del Trump a la Casa Blanca marcó el inicio de un cambio radical en la actitud de las democracias liberales hacia China. Beijing empezó a verse como una amenaza al orden económico de postguerra. Un competidor desleal que manipula su tipo de cambio, fuerza transferencias de tecnología, e incurre en prácticas comerciales desleales, ya fuese a través de empresas del estado o de empresas privadas con apoyos públicos. En síntesis, China cumple con la letra, pero desafía el espíritu de las reglas del sistema multilateral de comercio. La nostalgia expresada en el “make America great again debe leerse en ese contexto.

Y para colmo llegó la pandemia. Así como la crisis financiera del 2008 expuso los límites del “laisser faire”; el Covid desnudó los límites de la interdependencia económica. La reacción inicial de los gobiernos fue comprensible. Se restringieron las exportaciones de vacunas, barbijos, guantes y respiradores para asegurar el suministro interno. Proteger a “la familia” primero es una reacción humana muy entendible, pero muy poco compatible con la confiabilidad de la interdependencia económica.

A su vez, todos los gobiernos aumentaron su presencia en la economía. Tratando de mantener el ingreso de las familias y protegiendo a las empresas “nacionales” con garantías, financiamiento, restricciones arancelarias y para-arancelarias. Los subsidios otorgados por los países del G7 pasaron del 0,6% al 2% del producto entre el 2016 y el 2020 (y se mantienen en ese orden).

Y ahora llegó el “friend-shoring”. Como dije en la respuesta anterior, EE. UU y progresivamente todos los demás gobiernos del G7 han empezado a elaborar listas de productos “estratégicos” que requieren suministros locales, o en su defecto, originados en países “amigos” para asegurar la “resiliencia” de las cadenas de valor. Los gobiernos aspiran a que “sus” empresas apliquen criterios políticos al elegir a sus proveedores. Ya no basta con elegirlos en base a precio, calidad y capacidad de delivery “just in time”. Ahora es necesario que la elección del proveedor incluya el criterio del “just in case”.

Como si esto fuese poco, el 4 de febrero del 2022, apenas unos días antes de que Rusia invada a Ucrania, Moscú y Beijing firmaron una “amistad sin límites”. Esto exacerbó las tensiones geopolíticas, poniendo las preocupaciones de seguridad nacional en la cima de la agenda del G7.

En síntesis, la intervención de los gobiernos en la economía es creciente y por ende las consideraciones políticas van a aumentar su influencia en las decisiones corporativas. Pasar del mundo de las “geoeconomics” al de las “geopolitics” aumenta el peso de la política exterior en la economía y exigirá un mayor involucramiento de los gobiernos de los países de América Latina en orientar y apoyar el comercio exterior.

 

— ¿En materia de Desarrollo Sostenible cuáles debieran ser las prioridades de las Organizaciones Internacionales para garantizar prácticas de comercialización sustentables?

— Creo que un tema central es que la Organización Mundial de Comercio acepte que las externalidades ambientales justifican que dos productos (aparentemente) “semejantes” puedan tener trato arancelario diferente.

The topic of  “like products”  is a difficult one for several reasons. First, because there are environmental externalities that have (mostly) local effects; while others can affect a broader region, including the importing country itself. Second, because there are environmental externalities that manifest locally only during the production process, so it is controversial that the importing country can impose its environmental standards if there are no perceptible externalities during consumption or disposal. Third, because many environmental externalities leave no traces in the final product (or service).
Clearly, the three reasons are linked to regulations in the country of production, the country of consumption and the country of disposal. Therefore, environmental externalities can be seen from the angle of sovereignty, as well as from the perspective of consumer preferences and protection.
Added to this complexity is the fact that in many cases the exporting country has environmental regulations that are not complied with. In our countries, it is common for politicians to promote environmental regulations that impose “first world” standards, but with “enforcement” of the third.

— Thank you very much, Mr. Torres!

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